(Una especie de cuasi-tautología)
“El olvido del Ser, el olvido de la diferencia óntico-ontológica, desconoce, por lo tanto, la verdadera esencia del Ser.”
Cristina Peretti, (Jaques Derrida: Texto y deconstrucción).
Digamos, en primer lugar, que de “la verdad” hay una multiplicidad de formas y experiencias que hacen de las mismas un todo concreto en la realidad. Digamos también, a su vez, y por otra parte, que hay quienes no coinciden, con razón o sin ella, con el resto a la hora de aseverar el valor total y absoluto -perdón, quise decir universal- de la verdad que suelen prodigar-se en el seno del universo de las ciencias del espíritu y en otras más generales aún. Digamos entonces que, y de aquí en más, hemos de dar cuentas claras de lo complejo que significa para los distintos teóricos el planteo sobre la verdad, y de su incidencia en la realidad total y concreta de la experiencia humana en sí.
Así pues, digamos por otra parte (o en el centro de nuestra exposición), la importancia radical que el hombre tiene en este debatirse con los demás al respecto. Pero antes, reflexionemos si es del hombre como tal, el derecho y el deber el debatir sobre dicho tema, aún suponiendo que el concepto de hombre existiese como tal afuera de la conciencia del sí-mismo como verdad, como le es propio a un planteo del tipo onto-teo-lógico –verbigracia de la lógica o de la gramática-, y gracias al cual, sensibilidad e inteligibilidad se hallan entrelazadas entre sí, sin mezclarse, en una común axiomática del ser o el deber ser, sin perder por ello el carácter diferencial de cada uno por separado.
De ser así ¿podríamos acaso aseverar que el tal concepto de hombre existe en total correspondencia fuera de la conciencia de dicho ser pensante, con un ser existente en la realidad? Con respecto a esto, los hay quienes no tienen la menor duda sobre dicha existencia y correspondencia y creen interpretar que entre la conciencia, como fenómeno psíquico, y la realidad concreta de la materia existe una correspondencia total y absoluta, más allá del plano de la temporalidad, independientemente de si hacen de esta correspondencia un afuera dependiente de la existencia de un ser superior o no, a lo que algunos, en el seno de ciertas culturas religiosas o teológicas en común, darán el nombre de Dios. Llamémosle a estos últimos dogmáticos, por no hablar, directa o indirectamente, a caso, de una (onto)teología negativa. Hagamos pues mejor, mención a una X, a una escritura desde y por esa X a de-scribir. Quizás en esto nos sean útiles, al respecto, los aportes de Derrida:
“No es pues ni un concepto, ni siquiera un nombre, a pesar de la apariencia. Esta X se presta, ciertamente, a una serie de nombres, pero reclama otra sintaxis, excede incluso el orden y la estructura del discurso predicativo. No «es» y no dice lo que «es». Se escribe completamente de otra forma.”[1]
Es decir que ese giro hacia lo antropológico de la pregunta abre, y a su vez condensa, el planteo de la verdad hacia lo apofático, lo inefable, y termina cerrando, sólo en la ilusión de un presente siempre estático, los límites del mandato, la orden, o de la posibilidad de silenciar sobre lo que se hace imposible de decir, hablar o escribir. He aquí lo paradójico sin más.
Por ende, y tensando el hilo de extremo a extremo, si dicha cadena de reflexiones tiende a asegurar una simple y real división entre dos planos –digámoslo así [dos] como para sintetizar a tan sólo dos- enunciémoslo así: un plano material y un plano eidético, teniendo en cuenta que, la historia de esta división a lo largo del reflexionar occidental ha tenido sus diversos representantes: platonismo/s y aristotelismo/s. Ahora bien, no vemos razón suficiente acá, como para detenernos a distinguir entre las diversas concepciones producidas por todos ellos, en el interior mismo de cada una de ellas, con el fin de dar a este texto una dinámica propia del género del artículo. Más bien, atendamos a la creencia de que todo lector avispado tiene un con-sabido conocimiento sobre estos temas, aún cuando esto sea tan poco probable.
Ahora bien, escapando a prisa o a santo de no sé qué, quede bien claro que las dualidades también han sido clausuradas, en el momento mismo de la apertura. Queda, solamente, lo que va entre el nombre y la cosa referida. Llamémosla en más: la kôra. Lo que hay [¿más allá?], sin ser ni dejar de ser -ni lo nouménico ni lo fenoménico-, la huella desdibujada de lo verdadero, lo que puede llegar a ser sin ser todavía, pero que sigue ahí desde hace ya mucho tiempo. El más acá del olvido ¿La verdad?
Siguiendo con nuestra exposición, si es posible hablar de tal a esta altura de las circunstancias, diremos de las mismas que no son más que la irrefrenable dinámica del discurso la que nos ha llevado hasta lo aporético mismo del tema o viceversa. Por tanto, nos parece poco conveniente ser concluyentes al respecto del tema que nos convoca. Aún así, hemos dicho más de lo que se podría haber dicho en otro lugar sobre la verdad.
No diremos –como en otras circunstancias así bien podría esperar el lector- que, al menos hoy y hasta donde bien hemos logrado llegar (sepa el lector que ha llegado más allá de lo que cree), tengamos el altísimo pudor y además, como ustedes bien tienen derecho a exigir, pidamos disculpas por haber querido, intención sana y santa aparte, dar vueltas en círculo –sin dar en él con la cuadratura del mismo (o tal vez si)-, y al haberlos conducido, verbigracia de por medio, hasta este punto donde se nos hace ya imposible e innecesario el regreso, nos vamos despidiendo aquí hasta la próxima.
-Hasta aquí, saco mi paraguas y salgo de paseo por las calles de la ciudad…
Adiós
Andrés Camacho
[1] Derrida, Jacques, Cómo no hablar. Denegaciones, (Traducción de Patricio Peñalver, en DERRIDA, J., Cómo no hablar y otros textos, Proyecto A, 1997, pp. 13-58. Edición digital de Derrida en castellano.