Una mujer frente al espejo
cubre sus senos y Dios la observa,
pone sus ojos detrás de las manos
-la mira, se mira y en ella nace-
y desde ahí la invita a aceptarse,
pues el molde del que la hizo
no tenía por espejo el pudor
ni el juicio estúpido de los hombres,
tenía frente a sí una ventana,
la amalgama infinita de su Creador,
un tacto desbordante de amor
y la historia del hambre en su tacto.