lunes, 25 de octubre de 2010

INSOLENCIA DE LA LUZ


Tiempo hace ya,
yo era una sombra al descuido.
Tú llegaste para despertar en mí,
todo cuanto estaba dormido.

Como quien por el sueño sometido
Entre sobresaltos de lujuria y pasión,
En la fortaleza natural de tus caprichos,
Sólo, hecho padre y filicida a la vez,
Sin temor ni culpa, casi feliz,
Muerto que de morir nada sabe,
Olvidado de sí entre las negras piernas
Como sombras que van hacia la noche
En la embriagues vacía de los miedos,
Yo, triste corazón entumecido por el frío,
Al candor de tus besos brasas cenizas,
He de volver como un fénix embravecido
Al caudal sangre de la vida.

viernes, 10 de septiembre de 2010

Me recuerdo atardecer

¿Dónde estás?,
mas cuando de vez en cuando una suave briza del otoño nos recuerda que aún nos queda tanto por ver entre tanta mierda. El verbo falló, me renunció apenas me disponía a comenzar con la alquimia.


De haber sabido tanta miseria... mejor callar;
dejar que el silencio trille las flores marchitas.
El poeta ha partido la tierra de un guitarrazo,
y la heroina palidece al amanecer.
Me recuerdo atardecer...




martes, 24 de agosto de 2010

De la verdad de la verdad


(Una especie de cuasi-tautología)

“El olvido del Ser, el olvido de la diferencia óntico-ontológica, desconoce, por lo tanto, la verdadera esencia del Ser.”
Cristina Peretti, (Jaques Derrida: Texto y deconstrucción).


Digamos, en primer lugar, que de “la verdad” hay una multiplicidad de formas y experiencias que hacen de las mismas un todo concreto en la realidad. Digamos también, a su vez, y por otra parte, que hay quienes no coinciden, con razón o sin ella, con el resto a la hora de aseverar el valor total y absoluto -perdón, quise decir universal- de la verdad que suelen prodigar-se en el seno del universo de las ciencias del espíritu y en otras más generales aún. Digamos entonces que, y de aquí en más, hemos de dar cuentas claras de lo complejo que significa para los distintos teóricos el planteo sobre la verdad, y de su incidencia en la realidad total y concreta de la experiencia humana en sí.
Así pues, digamos por otra parte (o en el centro de nuestra exposición), la importancia radical que el hombre tiene en este debatirse con los demás al respecto. Pero antes, reflexionemos si es del hombre como tal, el derecho y el deber el debatir sobre dicho tema, aún suponiendo que el concepto de hombre existiese como tal afuera de la conciencia del sí-mismo como verdad, como le es propio a un planteo del tipo onto-teo-lógico –verbigracia de la lógica o de la gramática-, y gracias al cual, sensibilidad e inteligibilidad se hallan entrelazadas entre sí, sin mezclarse, en una común axiomática del ser o el deber ser, sin perder por ello el carácter diferencial de cada uno por separado.
De ser así ¿podríamos acaso aseverar que el tal concepto de hombre existe en total correspondencia fuera de la conciencia de dicho ser pensante, con un ser existente en la realidad? Con respecto a esto, los hay quienes no tienen la menor duda sobre dicha existencia y correspondencia y creen interpretar que entre la conciencia, como fenómeno psíquico, y la realidad concreta de la materia existe una correspondencia total y absoluta, más allá del plano de la temporalidad, independientemente de si hacen de esta correspondencia un afuera dependiente de la existencia de un ser superior o no, a lo que algunos, en el seno de ciertas culturas religiosas o teológicas en común, darán el nombre de Dios. Llamémosle a estos últimos dogmáticos, por no hablar, directa o indirectamente, a caso, de una (onto)teología negativa. Hagamos pues mejor, mención a una X, a una escritura desde y por esa X a de-scribir. Quizás en esto nos sean útiles, al respecto, los aportes de Derrida:

“No es pues ni un concepto, ni siquiera un nombre, a pesar de la apariencia. Esta X se presta, ciertamente, a una serie de nombres, pero reclama otra sintaxis, excede incluso el orden y la estructura del discurso predicativo. No «es» y no dice lo que «es». Se escribe completamente de otra forma.”[1]

Es decir que ese giro hacia lo antropológico de la pregunta abre, y a su vez condensa, el planteo de la verdad hacia lo apofático, lo inefable, y termina cerrando, sólo en la ilusión de un presente siempre estático, los límites del mandato, la orden, o de la posibilidad de silenciar sobre lo que se hace imposible de decir, hablar o escribir. He aquí lo paradójico sin más.
Por ende, y tensando el hilo de extremo a extremo, si dicha cadena de reflexiones tiende a asegurar una simple y real división entre dos planos –digámoslo así [dos] como para sintetizar a tan sólo dos- enunciémoslo así: un plano material y un plano eidético, teniendo en cuenta que, la historia de esta división a lo largo del reflexionar occidental ha tenido sus diversos representantes: platonismo/s y aristotelismo/s. Ahora bien, no vemos razón suficiente acá, como para detenernos a distinguir entre las diversas concepciones producidas por todos ellos, en el interior mismo de cada una de ellas, con el fin de dar a este texto una dinámica propia del género del artículo. Más bien, atendamos a la creencia de que todo lector avispado tiene un con-sabido conocimiento sobre estos temas, aún cuando esto sea tan poco probable.
Ahora bien, escapando a prisa o a santo de no sé qué, quede bien claro que las dualidades también han sido clausuradas, en el momento mismo de la apertura. Queda, solamente, lo que va entre el nombre y la cosa referida. Llamémosla en más: la kôra. Lo que hay [¿más allá?], sin ser ni dejar de ser -ni lo nouménico ni lo fenoménico-, la huella desdibujada de lo verdadero, lo que puede llegar a ser sin ser todavía, pero que sigue ahí desde hace ya mucho tiempo. El más acá del olvido ¿La verdad?
Siguiendo con nuestra exposición, si es posible hablar de tal a esta altura de las circunstancias, diremos de las mismas que no son más que la irrefrenable dinámica del discurso la que nos ha llevado hasta lo aporético mismo del tema o viceversa. Por tanto, nos parece poco conveniente ser concluyentes al respecto del tema que nos convoca. Aún así, hemos dicho más de lo que se podría haber dicho en otro lugar sobre la verdad.
No diremos –como en otras circunstancias así bien podría esperar el lector- que, al menos hoy y hasta donde bien hemos logrado llegar (sepa el lector que ha llegado más allá de lo que cree), tengamos el altísimo pudor y además, como ustedes bien tienen derecho a exigir, pidamos disculpas por haber querido, intención sana y santa aparte, dar vueltas en círculo –sin dar en él con la cuadratura del mismo (o tal vez si)-, y al haberlos conducido, verbigracia de por medio, hasta este punto donde se nos hace ya imposible e innecesario el regreso, nos vamos despidiendo aquí hasta la próxima.
-Hasta aquí, saco mi paraguas y salgo de paseo por las calles de la ciudad…
Adiós

Andrés Camacho
[1] Derrida, Jacques, Cómo no hablar. Denegaciones, (Traducción de Patricio Peñalver, en DERRIDA, J., Cómo no hablar y otros textos, Proyecto A, 1997, pp. 13-58. Edición digital de Derrida en castellano.

viernes, 25 de junio de 2010

La Poesía


¿Qué es la poesía sino versos
que no alcanzan, jamás nunca,
esplendor de sufrimiento?
Quizás sea un callejón
proyectándose en abismos de interrogantes,
o tan sólo sea un andar errante ,
tras venir de malas ganas,
pateando las sombras de una suerte
cada vez más lejana.
-No lo sé, pero de seguro habrá otros...
Torbellinos de luces incandescentes, pálidas, nocturnas;
el fuego del astío urbano,
o los ciudadanos del silencio voráz, infrahumano;
trabalenguas y acertijos en comunión
dando trancos y adentrándose
en iglesias abarrotadas por las inconfundible soberbia
de los iconos sangrantes
en delirios de santidad o de profetas.
¿Conjugar la eternidad de la belleza
en el ojo vacuo de los anales sin memoria;
o en un mundo que no va con perdonar las distracciones,
los excesos, los míticos estertores,
las opacidades y la nada?
En fin: Todo es fuego, polvo y nada.

jueves, 24 de junio de 2010

Las paredes


Las paredes de la ciudad se ruborizan al alba
saben de las vigilias de neón
de las palmadas policiales asesinas de sombras fugitivas
de las veredas sucias que acunan la miseria
de los perros garrapatientos, bajo el sol
ellas son testigos de los amores que llegan a su fin
entre los orgasmos del amanecer entre los árboles,
de las acequias que destilan lágrimas de perdón fingido
del crepitar de las hojas sobre las baldosas perdidas
del trajinar sonámbulo de los esclavos de la libertad
de los baldíos que ocultan violaciones entre sus escombros
de las ventanas que escupen plagas de maldiciones
de las tabernas que vomitan melancólicos borrachos
contra los automóviles confesionarios de la cópula infiel
y de las calles que se adormecen
ellas
las paredes
son las enemigas de los fusilamientos innecesarios
el orinal de los excesos
el rasca-lomo de las gatas floras
el coro silencioso de un arte idiota y servil,
y la fuente de inspiración
de una conciencia que
tarde y pronto
ha comprendido su vacua trascendencia.

Memoria o lenguaje



Decir que estás ahí, no me sirve –lo intuyo;
nunca pude poseer de ti
más que un solo fragmento que hoy,
se pierde en la densidad de mi memoria:
¿memoria o lenguaje?; pero
¿de que me valen las imágenes y las palabras,
cuando hoy en nada puede distinguirse
de aquel otro día antes en que te tuve?
-¿Te tuve?-
Algo de esto pasó muchas veces,
pero, esta vez,
quisiéramos no saberlo a ciencia cierta.
Algo de esto me duele, pero no importa; mi dolor
se queda conmigo –por un rato más o mayor-,
y no va

en palabras ni gestos con mi lector.

martes, 5 de enero de 2010

Angustia proletaria



Si soy un buen o mal escritor,
¿Qué más da? Lo que sé
No me diferencia en mucho
De aquel que no sabe nada.

Me importa un bledo la literatura;
Ella no es más que una puta
Que gusta del culo de los imbéciles
Que se creen a menudo astutos.

En la vida hay dos clases de hombres;
A saber: los que viven
Y los que intentan vivir, el resto
Es sólo basura. Nada más.


Hay grandes filósofos en las fábricas,
Poetas en las calles, y genios en los bares.
Los hay también narradores que no saben
Leer ni escribir, y mujeres tan bellas
Como las úlceras de los pies.

¿Qué sé yo si soy o no escritor?,
Eso es algo que no me importa;
Nada tengo que hacer yo
Entre todos esos idiotas, nada.

¿Qué si sé dar alguna noticia?
No, no me interesa disfrazar la verdad.
Los pobres miserables que sufren,
Nada saben de esas mentiras de los diarios.

¡La gran puta, señor!,
Terminó mi hora de descanso,
Y no hice más que explayarme
En estas cosas de la escritura.

Ya viene el jefe a apurarnos,
Nos queda seis horas más de trabajo;
Pero, ¿qué saben de éstos
Esos putos egocéntricos de los escritores?