Arropado en angustias
mortales de amor
el joven agota las páginas de
un libro
tal vez sea de negras noches
o hechicería
y encerrado en el altillo
vacuo de su dolor
entreabre las ventanas de la
confusión
dejando pasar la fría muerte
como si nada.
Vuelve y una otra vez a sus
amadas letras
andando y desandando las
pálidas páginas
encegueciendo su mirada con
lágrimas negras
brotadas del centro mismo de
su pobre corazón.
Tan ciego tan sordo tan necio
y tan nada
no se ha percatado de la
oscura presencia
revoloteando en las sombras
de su tristeza
acechándolo desde lo profundo
del miedo.
Ya torpe su ánimo en el
desvelo muy largo
cierra el volumen sacro de
los nombres todos
y mirando en su ceguera hacia
lo más alto
grita con voz desgarrada al
Altísimo del cielo:
_ ¿Cuántas veces he de caer
en la trágica trama,
cuando bien sé que su amor es
de fuego y nada?
Y entonces la negra bestia
sin pensarlo si quiera
en la sorpresa y espanto se
da en contestarle:
_ Siempre. Siempre. Siempre.
Siempre.