Transito por un jardín
de mujeres inmutables;
las miro como a tales
y promuevo el estallido.
Inmutables. Inmortales
madres de las montañas,
gigantes en las sonrisas
que abren sus alas a la calma.
Alguien llamó padecimiento
a este estado de oscuridad
que abriga a los sentimientos
de los golpes de un cincel.
No son estas sino las otras
las que narran todo el dolor,
no sin cierto eco de cicatrices
a la sombra de las rosas.