¡Amar!, ese tormento musical
que todo lo arrasa a golpes de olas
contra los acantilados de la piel,
los besos eléctricos que abren
de par en par los cielos
para las lluvias ácidas
que derriten los cerrojos del corazón
desde los centros mismos
que se alteran entre sí cuando el amor.
Lejos de mí, amé a la virgen
de los siete puñales;
siete veces siete, y otras tantas
veces más todavía.
Con ella encina mío
y calando hondo
como cuchillo tierno,
me he dado en adivinar
los oráculos de mi perdición:
¿Qué otra alma de este mundo
podría acaso negarlo?
En ella descubrí el origen
de todos los incendios,
la chispa capaz de devorar
mi tronco hasta la raíz,
la arqueología animal
tras los gestos del desgano,
las sutiles formas de la noche
entre los besos y los suspiros.
Allí los siete puñales, allí
la santa virgen de mi locura.
Acá, la vida, abriéndose
como herida sin cura alguna.